jueves, 24 de septiembre de 2015

BORRANDO LA HISTORIA: EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO DE SIRIA EN PELIGRO

El complejo conflicto armado que vive Siria desde 2011 está provocando dos dramas insoportables: en primer lugar, el humanitario y, en segundo lugar, el patrimonial.

Para saber más podéis leer este reportaje publicado en el suplemento Extra de La Voz de Galicia:

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/extravoz/2015/09/11/ataque-cuna-civilizacion/00031441966996906199791.htm

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/extravoz/2015/09/13/robando-pasado/00031441967202064515809.htm

lunes, 10 de junio de 2013

URUK. LA PRIMERA CIUDAD

       La ciudad de Uruk y el período arqueológico al que da nombre constituyen una de las etapas más fascinantes y brillantes de la Historia Antigua Universal. En este período, de mediados del IV milenio a. C., Mesopotamia conoció la formación del primer estado o “estado arcaico”, que modificó totalmente la economía y la sociedad de aquella época. Fue un período marcado por grandes innovaciones. Las que mejor definen esta nueva etapa histórica fueron, sin duda, dos. Por un lado, la aparición de las primeras ciudades y, por otro, la invención del primer sistema de escritura conocido.

Reconstrucción del Templo Blanco de Uruk.
Uruk es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Mesopotamia, conocido en la actualidad como Warka, y citado en la Biblia con el nombre de Erek. Las excavaciones alemanas en esta antigua ciudad mesopotámica se han prolongado desde 1912 hasta fechas recientes, aunque con algunas interrupciones debido a la inestable situación política del sur de Iraq. Según los últimos estudios realizados, la ciudad de Uruk fue una de las más grandes de Mesopotamia, pues se calcula que su planta circular debía tener un diámetro de aproximadamente 2.500 metros. De acuerdo con la topografía y una reciente prospección magnética, el interior de la ciudad disponía de una red de tres canales fluviales, que eran salvados por varios puentes.

El enorme tell o colina artificial de Uruk (de 600 hectáreas) es el resultado de una larga ocupación, que abarca desde el período de Ubaid (V milenio a. C.) hasta la época de los partos (siglo II a. C.). Sin embargo, la época de mayor importancia histórica de la ciudad es aquella representada por los períodos de Uruk Medio-Reciente y Dinástico Antiguo (3600-2300 a. C.).

Dos polos de poder

Según la tradición, Uruk nació a comienzos del IV milenio a. C. de la unificación de dos enclaves separados (Eanna y Kullab). Durante este período, Uruk se convirtió en la ciudad-estado, el poder colonial y el centro de culto y de administración más importante de toda Mesopotamia. Desde el punto de vista arquitectónico, el IV milenio a. C. es el mejor conocido en Uruk, gracias a una serie de espectaculares edificios excavados en las dos grandes áreas de culto de la ciudad. Se trata de los recintos de Eanna y de Kullab.

El Eanna o “Casa del cielo” era el principal barrio sagrado, que estaba consagrado a la diosa Inanna (más tarde conocida como Ishtar). En este sector, los arqueólogos alemanes han sacado a la luz un conjunto de edificios de valor excepcional, cuya naturaleza exacta es aún difícil de explicar dada la complejidad arqueológica del lugar. En esta zona, la excavación de los llamados niveles V y IV de Uruk ha puesto de manifiesto una arquitectura monumental, nunca vista hasta entonces.

Entre estos edificios, destaca en primer lugar el Templo de Caliza que fue levantado sobre una base de piedra caliza, de ahí su nombre. Contaba con una gran sala central de más de 11 metros de ancho y 60 metros de largo. Era una verdadera proeza arquitectónica. Se ha calculado que para cubrir este edificio fueron necesarios, como mínimo, un total de 6 kilómetros lineales de vigas de madera. Este dato, además de demostrar la pericia de los arquitectos de Uruk, es prueba inequívoca del potencial económico de la ciudad, que fue capaz de importar tal cantidad de madera para un solo edificio.    

Un grupo de tres edificios (llamados F, G y H por los arqueólogos alemanes) dispuestos alrededor de un espacio rectangular a cielo abierto constituye el primer ejemplo conocido de un conjunto monumental arquitectónico. Este conjunto fue reemplazado por otro más complejo, que destacaba por tener un patio con las paredes revestidas de mosaicos y una antesala con ocho pilares decorados de igual manera. Estos mosaicos estaban realizados mediante el uso de pequeños conos de cerámica (de unos 10 cm de largo) con la cabeza pintada de diferentes colores (blanco, rojo, negro, etc.), que dibujaban sencillos motivos geométricos.

La última fase del nivel IV del Eanna está formada por un nuevo conjunto monumental arquitectónico compuesto por varios edificios: los templos C y D, el palacio cuadrado, y el gran hall de mosaicos de conos, entre otros. Es evidente que el aspecto espectacular y grandioso de estas instalaciones, el juego compositivo entre las unidades arquitectónicas, las plantas complejas de los edificios, el hall de pilares, etc. condujeron a los arqueólogos alemanes a interpretar este conjunto como instalaciones consagradas a algún tipo de culto oficial. Sin embargo, estos edificios no tienen ningún elemento característico de un santuario. Altares, mesas de ofrendas o pedestales para las estatuas divinas no han aparecido en estas grandes construcciones del Eanna. Por esta razón, parece más coherente interpretar estos edificios como un complejo “palacial”, es decir, como la sede de una autoridad cuya naturaleza exacta desconocemos por el momento.

Unos 500 metros al oeste del Eanna se encontraba el otro gran sector religioso que dio origen a la ciudad, el llamado Zigurat de Anu. En realidad no se trata de un verdadero zigurat o templo escalonado, sino de terrazas con rampa de acceso, cuyos orígenes se remontaban al V milenio a. C. Rematando la alta terraza, de unos 13 metros de altura, se construyó un edificio de planta tripartita, que ha sido interpretado como un templo. En su etapa final se le conoce como el Templo Blanco por tener sus paredes revestidas con una final capa de cal. En el interior había una mesa para sacrificios y un altar, típicos ambos de los templos mesopotámicos. 

La primera escritura
Tablilla pictográfica.

      Es innegable que la invención de la escritura fue el mayor logro de la cultura de Uruk.  Existe, sin embargo, una antigua discusión entre egiptólogos y asiriólogos sobre la mayor o menor antigüedad de la escritura en el valle del Nilo o en el valle del Éufrates. Este es un debate tan viejo como estéril. Tradicionalmente se sitúa hacia 3300-3200 a. C. la aparición, de manera casi simultánea pero independiente, de la escritura jeroglífica en Egipto y de la pictográfica en Mesopotamia. Las excavaciones en el Eanna de Uruk han proporcionado las tablillas más antiguas, basadas en un sistema de escritura pictográfico. Se trata en su mayoría de textos contables, en los que se registran los productos, las cantidades, los movimientos (entradas y salidas) y los nombres de las personas que participaron en esa actividad económica. La identificación de la lengua transcrita por los pictogramas mesopotámicos, conocidos también como proto-cuneiforme, sigue siendo origen de debate entre los filólogos. A pesar de que los primeros textos proceden del antiguo territorio del país de Súmer, no hay ninguna seguridad de que se trate de la lengua sumeria, por lo que algunos investigadores prefieren hablar de otra lengua, a la que llaman proto-eufrática. Por el contrario, otros especialistas consideran que detrás de esta primera escritura está el sumerio. Esta opinión es la que aglutina el mayor consenso.

A finales del IV milenio a. C., en el llamado período de Uruk III, los signos pictográficos se alejan de los dibujos iniciales para adoptar una forma más esquemática. Algunos siglos más tarde, hacia 2600 a.C., las tablillas descubiertas en la ciudad sumeria de Shuruppak, no muy lejos de Uruk, muestran un tipo de signo que ya no ha sido trazado como un dibujo sino que ha sido impreso a base de pequeños trazos rectilíneos con aspecto de cuña. Este cambio en el sistema gráfico es debido al uso del cálamo, un nuevo instrumento de caña cortado en bisel en uno de sus extremos. Nacía así la denominada escritura cuneiforme, a la que los sumerios llamaron santak (‘triángulo’). Este sistema de escritura va a estar en uso durante casi tres milenios.

La tradición atribuye Enmerkar, rey semilegendario de la I dinastía de Uruk, la genial invención de trazar unos signos sobre arcilla para comunicarse con el señor de Aratta, en Irán, ante el temor de que el mensajero no fuera capaz de reproducir fielmente su mensaje. En la misma epopeya sumeria de Enmerkar puede leerse: “Puesto que la boca del mensajero estaba demasiado sobrecargada, este no podía repetirlo. El señor de Kullab (barrio de Uruk) alisó arcilla, plasmó palabras sobre ella como en una tablilla. Antes de aquel momento, no se habían plasmado palabras en arcilla.”.

Gilgamesh y las murallas de Uruk
Gilgamesh en un relieve asirio.


          La tradición legendaria atribuye al sumerio Gilgamesh, quinto rey de la Iª dinastía de Uruk según la Lista Real Sumeria (hacia 2650 a. C.), la construcción de las murallas de Uruk. Con un estilo grandilocuente, la tablilla I de la Epopeya de Gilgamesh relata de la siguiente manera la construcción de tan magna obra: “Mandó construir la muralla de Uruk, el Corral, y el santo Eanna, tesoro radiante. ¡Mira sus contrafuertes, que nadie imitará! ¡Toma la escalera que lleva allí desde siempre! ¡Acércate al Eanna, morada de Ishtar, que no hay rey futuro, ni nadie, que lo imite! ¡Sube a la muralla de Uruk; paséate por ella; examina los fundamentos, fíjate en la ladrillería! ¡A ver si esa ladrillería no es de ladrillo cocido; y si sus cimientos no los echaron los Siete Sabios!

Convencionalmente se afirma que la ciudad de Uruk es la más antigua del mundo (3400-3200 a. C.). Sin embargo, esta afirmación no tiene sentido en sí misma, ya que una ciudad no podría existir sola, sino formando parte de un sistema urbano más complejo. En cualquier caso, hablar de Uruk es adentrarnos en los orígenes mismos de la civilización y, por tanto, en los albores de la Historia, también conocidos como la “Primera Revolución Urbana”.

Para saber más:
Libro: Liverani, M. Uruk. La primera ciudad, Barcelona 2006.

Exposición: “Uruk, 5000 años de la megalópolis”, en Berlín
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/actualidad/8256/uruk_renace_berlin.html

Conferencia on line:
“De Jericó a Babilonia, o del poblado a la ciudad en el Oriente Próximo”, de Miquel Molist (UAB)
 

 

martes, 4 de junio de 2013

SEMÍRAMIS: MITO E HISTORIA DE UNA REINA MESOPOTÁMICA


          La reina Semíramis fue una atractiva e inusual reina mesopotámica a la que entre otros méritos se le atribuye la fundación de la ciudad de Babilonia. El misterio, el exotismo y la fuerza que rodeaban a este personaje femenino terminaron por dar origen a la leyenda de Semíramis, cuyo éxito se va a prolongar en Occidente hasta mediados del siglo XIX. Un buen ejemplo es el cuadro que el pintor parisino Edgar Degas le dedicó en 1861, antes de adentrarse en el impresionismo. Previamente, otros artistas como el neoclasicista alemán Anton R. Mengs, pintor de la corte de Carlos III, o el italiano El Guercino, en pleno Barroco, habían intentado imaginar a la misteriosa reina Semíramis.
Semiramis Building Babylon - Edgar Degas
Semíramis según Edgar Degas.
            Para adentrarse en la figura de Semíramis, el mejor punto de partida es la lectura de la obra de Diodoro de Sicilia, un historiador de época romana. En el libro II de su Biblioteca Histórica, que está dedicado a la historia de los asirios, nos ofrece la historia más completa y detallada de la reina, a la que calificó como “la más ilustre de las mujeres de las que nos habla la tradición”.

            De acuerdo con el relato de Diodoro (basado en otro autor más antiguo llamado Ktesias de Cnido, hoy perdido), esta es la historia de la vida de Semíramis desde su nacimiento hasta su muerte. Nació en Ascalón, una ciudad fundada en la costa sirio-palestina. Fue el fruto de los amores de la diosa Derketo y un hermoso joven al que luego asesinó. Tras dar a luz a una niña, la diosa la abandonó en un lugar desierto y rocoso, donde de forma sorprendente fue criada por un grupo de palomas. La niña fue rescatada por un grupo de pastores,  que sorprendidos por su excepcional belleza, se la entregaron a un tal Simas, quien le dio por nombre Semíramis. Según Diodoro se trata del nombre que los “sirios” daban a las palomas (concretamente es el término asirio summatum).

            Nino, el rey de los asirios se enamora de ella y contraerán matrimonio. Nino muere pronto y entrega el imperio a su esposa, que reinará durante 42 años. Tras enterrar a su marido, Semíramis se presenta como la gran reina de Asiria, que ansiosa por sobrepasar en gloria a su predecesor decide fundar la ciudad de Babilonia, donde realiza espectaculares obras.

            Tras la fundación de Babilonia, Semíramis se lanza a la conquista de Media y Persia; posteriormente se adentra en Egipto, somete a Libia y llega hasta Etiopía. Por último, inicia la gran campaña contra la India, pero herida por una flecha regresa a Ninive. Poco después de esta derrota, desaparece misteriosamente transformada en paloma.

            Las gestas de Semíramis, que forman el núcleo del relato (guerras, conquistas, fundación de ciudades, etc.),  nada tienen de sobrehumano. Además, estas hazañas tienen por escenario lugares reales, como Nínive o Babilonia. Lo fantástico y lo excepcional reside en dos hechos:

            1º.- en las cifras de su obra política: el impresionante número de soldados y de obreros utilizados en sus empresas, en la envergadura y originalidad de sus obras y sobre todo en la dimensión de sus monumentos. Todo supera lo creíble. Un ejemplo, para la construcción de Babilonia reunió a dos millones de hombres, que acabaron la obra en el plazo de un año.

            2º.- en el hecho de que Semíramis es una mujer en un mundo marcado absolutamente por lo masculino. Se trata de una mujer bella, seductora, sensual, cruel, inteligente, enérgica, infatigable y valiente, que supera a su esposo, el rey de Asiria.

Semíramis según el Guercino.
            Nos encontramos ante el retrato de una “supermujer” de rasgos y atributos marcadamente masculinos en la sociedad mesopotámica; una reina viril, que según nos cuenta Diodoro: ”no quiso contraer matrimonio legal, por temor a verse privada del poder supremo, sino que elegía de entre los soldados a los que sobresalían en apostura, se unía a ellos y hacía desaparecer a todos los que se habían acostado con ella”.

            A partir de la leyenda recogida por Diodoro, ¿qué datos verídicos podemos obtener sobre la época en la que habría vivido Semíramis? Más bien pocos. Tanto su marido como su hijo, los reyes Nino y Ninias, parecen personajes ficticios, pues no existe ningún rey de Asiria cuyo nombre se parezca ni remotamente. Está claro que ambos nombres derivan Ninive, la capital del imperio asirio. El contexto general sugiere que debemos situar a Semíramis en el periodo Neoasirio, entre los siglos VIII y VII a.C.¿Tuvo Asiria durante estos siglos una reina que pudiera servir de modelo a esta mujer legendaria?
           
            Cerca de la muralla de la ciudad de Asur, la vieja capital de los asirios, se descubrió una serie de estelas inscritas. En una de ellas, aparecía el nombre de Sammuramat, que recuerda con facilidad al de Semíramis. En la inscripción de esta estela se puede leer: “Sammuramat, dama de palacio de Samsi-Adad, rey del universo, rey de Asiria, madre de Adad-nirari, rey del universo, rey de Asiria, nuera de Salmanasar, rey de las cuatro regiones”.

            Gracias a esta inscripción, por fin se pudo situar a Semíramis de forma precisa en el tiempo. Era la esposa de Samsi-Adad V (823-811 a.C.) y la madre de Adad-nirari III (810-783 a.C.). Es decir, el reinado de Semíramis hay que situarlo entre finales del siglo IX y comienzos del siglo VIII a.C.

            Según otra estela, dedicada por el rey asirio Adad-nirari III al dios Adad, se puede deducir que durante los primeros cuatro años de su reinado, Sammuramat, su madre, había actuado como regente, es decir, entre los años 810 y 807 a.C. Y no no es un hecho meno, pues este es el único caso documentado de una reina de Asiria convertida durante un cierto tiempo en dueña absoluta de su reino.  

            Sin embargo, la ecuación Semíramis igual a Sammuramat, generalmente aceptada, no es del todo satisfactoria, ya que deja sin explicación elementos importantes de la leyenda, como por ejemplo la fundación de la ciudad de Babilonia. ¿Cómo debemos interpretar la estrecha vinculación que establecen los autores clásicos entre la ciudad de Babilonia y la reina? La clave parece estar en el libro III de Heródoto, quien al describir  la toma de Babilonia por el rey persa Darío nombra una puerta llamada Semíramis. Según el plano de la ciudad, la muralla de Babilonia disponía de ocho puertas, y de todas ellas la única que poseía un nombre femenino era  la célebre puerta de la diosa Ishtar.  Parece lógico pensar que la puerta de Semíramis referida por el griego Heródoto sería realmente la puerta de Ishtar.
Puerta de Ishtar de Babilonia (hoy en Berlín).
            Sin embargo, los estudios arqueológicos y epigráficos no dejan lugar a dudas: la fundación de la última ciudad de Babilonia fue obra del rey Nabucodonosor II (s. VI a.C.). Beroso, un sacerdote greco-babilónico del siglo III a.C., se expresó en este mismo sentido cuando afirma lo siguiente en su Historia de Caldea: "critico a los escritores griegos por creer erróneamente que Babilonia fue fundada por Semíramis de Asiria, y por haber cometido el error de escribir que esas obras maravillosas fueron construidas por ella”.
                       
No hay que olvidar que el protagonismo político de la reina en la historia de Mesopotamia fue escasísimo. El poder real debía ser ejercido por un hombre, pues la reina no era más que una mujer asociada, por matrimonio o maternidad, a los reyes. La única excepción en el Próximo Oriente antiguo, la encontramos en el reino indoeuropeo de los hititas, en Anatolia, donde la reina desempeñó un papel destacado en los asuntos de estado.

En conclusión, los relatos de los autores clásicos sobre Semíramis no son más que la amplificación de una visión mitificada del Oriente, aunque se fundamente en un personaje que realmente existió. Según la leyenda, Semíramis era de origen divino. Su madre era una diosa vinculada a Afrodita, que para los griegos simbolizaba a una diosa de origen oriental de fuerte atractivo sexual (al modo de Ishtar, la diosa mesopotámica del amor y la guerra). 

Para saber más:
Pinnock, F. Semiramide e le sue sorelle. Immagini di donne nell'antica Mesopotamia, Roma, 2006.

martes, 28 de mayo de 2013

ZIGURATS: LAS ENIGMÁTICAS MONTAÑAS DE MESOPOTAMIA

          El zigurat es el monumento más célebre de Mesopotamia y el símbolo que mejor caracteriza a las civilizaciones que habitaron esta región del Oriente Próximo. Sin embargo, pese a su carácter emblemático, todavía comprendemos mal esas torres escalonadas que toda ciudad mesopotámica de cierta entidad política, cultural o religiosa se enorgullecía de tener en su entramado urbano.
Los arqueólogos han creído identificar un número considerable de zigurats en el país del Tigris y del Éufrates. El francés André Parrot nos habla, en su libro Zigurats et la Tour de Babel, de la existencia de veintisiete monumentos de este tipo. En la actualidad sabemos que este número es erróneo, pues Parrot interpretó como torres escalonadas edificios que en realidad no lo eran. A partir de los datos disponibles, el país mesopotámico debió albergar a lo largo de su historia un total de dieciséis  zigurats: diez en la parte meridional (Kish, Ur, Borsippa, Nippur, Uruk, Larsa, Eridu, Sippar, Dur Kurigalzu y Babilonia) y seis en la zona norte (Kalhu, Dur Sharrukin, Asur, Kar Tukulti-Ninurta, Nínive y Tall al-Rimah). A esta lista se pueden añadir los zigurats de Choga Zanbil (Untash Napirisha) y, tal vez, el de Tepe Sialk, ambos en Irán.  

Restos del zigurat de Asur.

¿Qué era exactamente un zigurat? Se trata de un monumento religioso de la antigua Mesopotamia en forma de alta terraza con varios niveles y un templo sobre la cima, al que se accedía por rampas o escaleras. Ésta y otras definiciones ponen el acento sobre la principal característica de estos edificios, que no es otra que su estructura general escalonada, formada mediante la superposición de terrazas o pisos cuyo tamaño iba decreciendo de manera progresiva conforme se ascendía.

Lamentablemente, no se ha encontrado ningún zigurat completo. Este hecho está directamente relacionado con el material constructivo empleado. Este material es el adobe, como era la norma en una región dominada por la arquitectura de tierra. Los adobes, una vez secados al sol, se disponían en hiladas superpuestas entre las que se intercalaban, a intervalos regulares, lechos de cañas y otros elementos vegetales para reforzar la cohesión interna y la solidez de la construcción. Con esta técnica se construía el núcleo del monumento, que normalmente se revestía con una gruesa capa de ladrillos cocidos en hornos, mucho más resistentes que el adobe crudo.

A pesar de no conocer ningún zigurat de forma íntegra, los vestigios localizados y algunos textos antiguos nos permiten reconstruir su aspecto general. Eran edificios de adobe, totalmente macizos, de planta cuadrada o rectangular y compuestos por un número de terrazas que puede variar entre tres (caso de Ur) y seis (caso de Babilonia). Una serie de ingeniosos sistemas de evacuación de aguas y de canalillos de aireación contribuían a evitar el rápido deterioro de la gran masa interna. A la cima, lugar donde se ubicaba el templo, se accedía a través de escaleras monumentales.

           Restos de zigurats se han identificado con seguridad en más de una docena de yacimientos mesopotámicos. Además, hay que tener en cuenta que todos no funcionaron de forma simultánea. De hecho, sabemos que este particular edificio tuvo una vida prolongada (de aproximadamente 1.500 años) dentro de la historia de Mesopotamia. El más antiguo de ellos es el que mandó levantar en la ciudad de Ur el rey sumerio Ur-Nammu (2112-2095 a.C.). El más reciente es el de Babilonia, la célebre torre de Babel, cuyo aspecto final se debe a las obras patrocinadas por el rey Nabucodonosor II (604-562 a.C.).



Zigurat de la ciudad de Ur.

A pesar de no ser ni el más antiguo ni el mejor conservado de todos ellos, el zigurat levantado en la ciudad de Babilonia es el más célebre en nuestros días. Ello obedece paradójicamente a su presencia en dos relatos ajenos a la civilización que lo construyó. Nos referimos al Antiguo Testamento y a la obra del historiador griego Heródoto.

Si el aspecto exterior de los zigurats se conoce de forma aproximada, resulta muy difícil establecer la función para la que éstos fueron edificados en el corazón de las principales ciudades mesopotámicas. La etimología poco aclara en este sentido. El término zigurat procede del sustantivo acadio ziqqurratu, que según el Assyrian Dictionary de la Universidad de Chicago se puede traducir por “templo-torre” o “cima de la montaña”. Este sustantivo deriva del verbo acadio zaqāru que significa “construir en alto”. Resulta evidente que la etimología de la palabra zigurat nos conduce a un campo meramente descriptivo, al indicarnos que se trata de un monumento construido en alto, comparable a la cima de una montaña. Realmente los zigurats tenían el aspecto de una montaña artificial, de un enorme podio o superestructura que destacaba en la llanura aluvial de Mesopotamia. Sobre la superficie de esta montaña se circulaba o caminaba (no se entraba, dado su carácter macizo) para dirigirse hasta el templo que descansaba sobre su cima.

¿Cuál era la naturaleza y la función de estos edificios de tierra? Se sabe que no se trataba de una tumba al modo de la pirámide egipcia como indica el geógrafo griego Estrabón, ni de un observatorio astronómico como dice Diodoro de Sicilia, aunque allí se hayan podido efectuar este tipo de observaciones a las que eran tan aficionados los babilonios. El historiador griego Heródoto nos ha transmitido un relato sobre el ritual que pudo llevarse a cabo en el templo del zigurat de Babilonia, según le contaron los sacerdotes caldeos: “Pero sobre la última torre hay una gran capilla, y en la capilla hay una gran cama ricamente dispuesta y a su lado se encuentra una mesa de oro. Pero estatua no hay allí erigida ninguna; y durante la noche no puede quedarse allí persona alguna fuera de una sola mujer del país, aquella que el dios elige entre todas, según refieren los caldeos, que son los sacerdotes de este dios. Y estos mismos sacerdotes afirman, aunque para mí no es digno de crédito lo que dicen, que el dios en persona visita la capilla y duerme en la cama, de la misma manera que sucede en Tebas de Egipto”.

Heródoto nos describe, a su manera, el matrimonio sagrado que se desarrollaba durante las fiestas del Año Nuevo; en ellas la divinidad, representada por el rey, se unía a una sacerdotisa de acuerdo con un ritual orientado a asegurar la prosperidad del país mediante el favor de los dioses.

Reconstrucción del zigurat de Uruk (VAM 2013).

El sistema de funcionamiento de un zigurat continúa siendo un enigma para los historiadores, a pesar de su indiscutible carácter religioso. Los mesopotámicos no nos han transmitido con claridad la razón de ser de estos impresionantes monumentos de tierra. Para un habitante de la antigua Mesopotamia resultaba innecesario describir qué era un zigurat. Es evidente que el escriba asirio o babilónico consideraba banal explicar a sus contemporáneos conceptos fuertemente arraigados en la sociedad de aquella época. Los zigurats, esas montañas enigmáticas para los arqueólogos de hoy, entrarían dentro de esos conceptos.

Para saber más: 
Parrot, A. Zigurats et la tour de Babel, París 1949.
Montero Fenollós, J.L. ed. La torre de Babel. Historia y mito. Murcia 2010.

domingo, 19 de mayo de 2013

LAWRENCE DE ARABIA: ARQUEÓLOGO EN ORIENTE

“Pocos minutos después de las ocho de la mañana del domingo, día 19 de mayo del año 1935, moría Lawrence de Arabia, a causa de las heridas recibidas en un accidente motociclista que sufrió en la carretera de Dorset [condado situado en el suroeste de Inglaterra].” Con estas palabras describía el periodista Lowell Thomas la muerte del “moderno caballero de Arabia”, que había conocido en la ciudad vieja de Jerusalén.
 
T.E. Lawrence ataviado al estilo árabe.
Hoy se cumplen 78 años de aquel triste suceso que puso fin a la inigualable vida del ciudadano británico Thomas Edward Lawrence cuando tan sólo contaba con 47 años de edad. Lawrence es universalmente conocido por sus hazañas en el levantamiento del pueblo árabe contra la dominación turco-otomana durante la Primera Guerra Mundial, de ahí el sobrenombre de “Lawrence de Arabia”. Su singular personalidad ha quedado plasmada en su célebre obra Los Siete Pilares de la Sabiduría (1926) y su vida ha sido inmortalizada por la película interpretada por Peter O’Toole (1962), que fue rodada en gran parte en el desierto de Almería.
 
 
Su papel en la revuelta de las tribus árabes, su nombramiento como militar adscrito al Servicio de Inteligencia británico y su trabajo como asesor para asuntos del mundo árabe en el gabinete de Winston Churchill pusieron fin a su verdadera pasión, que no era otra que la arqueología y la historia. Era un gran lector de los autores clásicos (como César o Jenofonte) y de la literatura medieval. Fue precisamente su interés por el pasado el que le indujo a viajar por vez primera a Oriente Próximo. El objetivo de su primer viaje, realizado en 1909, era conocer de cerca los castillos de los cruzados de Siria y Palestina, pues su tesis en el Jesus College de Oxford consistía en un estudio sobre la influencia de las Cruzadas en la arquitectura militar europea. Lawrence además de visitar numerosos castillos, se entretuvo en estudiar las costumbres y los dialectos de los pueblos que habitaban aquellas regiones de Oriente.
 
Lawrence (a la izquierda) y Woolley en Karkemish (1913).
David Hogarth, conservador del Ashmolean Museum de Oxford, ejerció una influencia decisiva sobre la vida de Lawrence. En 1911, le acompañó hasta el valle del Éufrates donde el British Museum deseaba retomar los trabajos arqueológicos iniciados en 1878 en un antiguo lugar llamado Karkemish. Los excavadores ingleses estaban a la búsqueda de los hititas (un antiguo reino anatólico) en aquella vieja y polvorienta colina. Por sus conocimientos del árabe, el joven Lawrence se ocupó de la organización y dirección de los casi trescientos obreros de la excavación. En el invierno de 1912, la dirección de la excavación recayó sobre Leonard Woolley, el futuro excavador de la ciudad de Ur, la patria originaria de Abraham según el Antiguo Testamento. Lawrence continuó fielmente con su labor de asistente de campo.
 
La antigua Karkemish, junto al río Éufrates, es un importante yacimiento arqueológico que se encuentra hoy en Turquía, muy cerca de la frontera con Siria. Las excavaciones de los ingleses se prolongarían durante tres años, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los trabajos de campo de Lawrence permitieron sacar a la luz varias fases de ocupación del yacimiento, siendo la más espectacular por las numerosas esculturas halladas la correspondiente al llamado período Neohitita (siglos X-VIII a.C.).
 
Lawrence (a la izquierda) y Woolley junto a un relieve neohitita hallado en Karkemish (1913).
En aquellos mismos años y en aquella misma zona los ingenieros alemanes estaban construyendo un puente sobre el Éufrates para el gran ferrocarril Berlín-Bagdad. Este proyecto contemplaba la destrucción de parte de las murallas de la antigua Karkemish para obtener tierra y piedra para un terraplén del citado puente. Gracias a la intervención de Lawrence ante la autoridad otomana de Alepo se consiguió detener al ingeniero jefe alemán, un tal Contzen, y salvar así las murallas de la ciudad baja. Este conflicto derivó en una guerra abierta entre el campamento alemán e inglés por el control de esta zona estratégica. Estamos en las puertas de la Gran Guerra; y en esa situación la actividad arqueológica se confundía en ocasiones con labores de espionaje.
Hasta 1914, Lawrence compatibilizó sus tareas como ayudante de campo de Woolley en Karkemish con sus frecuentes expediciones por las aldeas cercanas. Siempre deambulaba vistiendo el traje tradicional y conversaba con la población local. En esos recorridos por la región situada al sur de Karkemish, Lawrence y Woolley adquirieron toda una serie de antigüedades (cerámicas, armas y adornos de bronce, etc.) procedentes del expolio de antiguos cementerios de la zona. Woolley las publicó en 1914 como ejemplo de las costumbres funerarias de los hititas, aunque en realidad eran objetos más arcaicos (del III milenio a.C.). La mayor parte de esos objetos adquiridos a campesinos de la región se conservan hoy en el Ashmolean Museum de Oxford, gracias a que Lawrence los envió a su amigo Hogarth, normalmente acompañados de cartas y de notas donde explicaba su procedencia exacta.

El periodista Lowell Thomas estaba extrañado por el hecho de que Lawrence hubiera escogido Oriente como campo de sus trabajos arqueológicos, en lugar del prestigioso Egipto faraónico. La respuesta de Lawrence a esta duda retrata muy bien su particular personalidad: “¡Egipto –dijo- nunca me ha seducido. La mayor parte de los trabajos importantes se han hecho ya allí, y la mayoría de los egiptólogos de hoy malgastan lastimosamente el tiempo tratando de descubrir con precisión cuándo fue pintada la tercera antena del escarabajo sagrado…!”.
Karkemish fue un puente entre sus días de estudiante en Oxford y de arqueólogo en Oriente, como Thomas E. Lawrence, y su apasionante aventura en la revuelta de las tribus árabes, ya convertido en Lawrence de Arabia.

Para saber más:
L. Thomas, Con Lawrence en Arabia, ed. del Viento, A Coruña 2007 (ed. Original 1924).
M. Brawn, Lawrence of Arabia, the life, the legend, Thames & Hudson, Londres 2005.

domingo, 12 de mayo de 2013

¿HUBO JARDINES COLGANTES EN BABILONIA?


Reconstrucción fantástica de los jardines colgantes de Babilonia.
Las murallas y los jardines colgantes de Babilonia, la estatua de Zeus en Olimpia, el coloso de Helios en Rodas, las pirámides de Egipto, el mausoleo de Halicarnaso y el templo de Artemis en Éfeso son, según el erudito romano Marco Terencio Varrón, las sietes obras del hombre que deben ser admiradas en el mundo. A ese listado de “Siete Maravillas de la Antigüedad” la  ciudad de Babilonia, hoy situada a 90 km al sur de Bagdad, aporta dos de sus grandes monumentos, por un lado, las imponentes murallas (en cuya cima se podían cruzar dos cuadrigas sin dificultad, según el geógrafo griego Estrabón) y, por otro, los exuberantes jardines suspendidos. Sobre estos últimos, el historiador romano Diodoro de Sicilia escribió lo siguiente en su obra Biblioteca Histórica:

“Estaban también, junto a la acrópolis, los llamados jardines colgantes, obra (…) de un rey sirio posterior que los construyó para dar gusto a una concubina; dicen que ésta, en efecto, era de raza persa y sentía nostalgia de los prados de sus montañas, por lo que pidió al rey que imitara, mediante la diestra práctica de la jardinería, el paisaje característico de Persia (…). Sobre éstas (las terrazas) se había acumulado un espesor de tierra suficiente para las raíces de los árboles de mayor tamaño; el suelo, una vez que fue nivelado, estaba lleno de árboles de todas las especies que pudiesen, por su tamaño o por otros atractivos, seducir el espíritu de los que los contemplasen.”

Son muchos los investigadores que, a partir de este relato y de las descripciones de otros autores de época clásica, como Estrabón, Flavio Josefo o Quinto Curcio, han intentado localizar en la ciudad de Babilonia el emplazamiento de estos jardines. Se han propuesto varias alternativas, aunque todas sin argumentos concluyentes, ya que hasta la fecha nadie ha encontrado huellas arqueológicas que ayuden a su localización. Ante esta situación, la pregunta a plantearse podría ser la siguiente: ¿Hubo en Babilonia unos jardines colgantes como afirman los autores clásicos?

De entrada, llama la atención un hecho: ningún texto de los que conocemos del rey Nabucodonosor II menciona tales jardines en Babilonia. El historiador griego Heródoto (que nos da una descripción muy detallada de los monumentos de la ciudad hacia 450 a.C.) tampoco nos habla sobre ellos. Las únicas referencias escritas proceden de autores romanos, que nunca visitaron Babilonia. Además, en su época la gran metrópoli mesopotámica no era más que un campo de ruinas abandonado.

Entre los autores grecolatinos son frecuentes las confusiones en lo referente a la historia de Mesopotamia, un mundo que les era totalmente ajeno y lejano. Por ejemplo, Diodoro sitúa Nínive, la capital del imperio asirio, junto al Éufrates, cuando ésta se localiza en realidad junto al río Tigris. Además, en su descripción de las murallas de Babilonia el autor griego tiene una evidente confusión entre las ciudades de Babilonia y posiblemente Nínive: “En las torres y murallas estaban representados animales de todas las especies con destreza técnica en el uso de los colores y en el realismo de las representaciones; el conjunto representaba una compleja cacería de todo tipo de animales salvajes, cuyo tamaño era de más de cuatro codos. En medio de ellos estaba representada también Semíramis lanzando desde un caballo un venablo contra una pantera, y junto a ella su marido Nino golpeando de cerca a un león con su lanza”.

Esta descripción no encaja en absoluto con la decoración existente en Babilonia, donde no se ha encontrado ninguna escena de caza como las descritas por Diodoro. Sin embargo, concuerda muy bien con los relieves sobre cacerías hallados en el palacio asirio de Asurbanipal (668-630 a.C.) en Nínive. A esta confusión ha podido contribuir el hecho de que algunos reyes asirios, como Senaquerib (704-681 a.C.), llevaran el título de rey de Babilonia. De este mismo monarca asirio, se encontró en Nínive un bajorrelieve donde se representan unos frondosos jardines regados por un acueducto. Estos datos nos permiten apuntar la siguiente hipótesis. Babilonia no parece ser, pese a lo que indica la tradición clásica, la ciudad de los jardines colgantes. Por el contrario, el palacio de Senaquerib en la ciudad asiria de Nínive es un excelente candidato para los famosos jardines.
 
Relieve asirio con jardines, canales y acueducto: ¿Jardines colgantes de Nínive?

















El rey Nabucodonosor II (605-562 a.C.), que tantas obras de embellecimiento llevó cabo en Babilonia, y el historiador Heródoto, en su detallada descripción de la ciudad, no hablan de los jardines colgantes, ya que es probable que nunca existieran. O al menos no tenemos pruebas de su existencia. Pero, por absurdo que parezca, el mito se ha impuesto y seguiremos hablando y escribiendo sobre los jardines colgantes de Babilonia como una de las Siete maravillas del mundo antiguo. El mito ha ganado una vez más a la historia.

PS. El pasado 6 de mayo la prensa británica se hizo eco de las recientes investigaciones sobre los jardines colgantes de Babilonia de Stephanie Dalley, de la Universidad de Oxford, que en breve publicará un libro sobre el tema, donde concluye que realmente estuvieron en Nínive. Más información en:
http://www.dailymail.co.uk/news/article-2320086/The-Hanging-Gardens--Nineveh-Lost-Wonder-Ancient-World-actually-300-miles-Babylon.html

 

domingo, 5 de mayo de 2013

EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO DE SIRIA EN PELIGRO

Apamea tras el saqueo sufrido.

La actualidad manda. Por esa razón, esta nueva entrada está dedicada a la dramática situación que vive Siria. Es obvio que no hay mayor tesoro que la vida. Sin embargo, esta premisa universal está siendo objeto del más absoluto menosprecio en el conflicto que desde hace más de dos años asola suelo sirio. La barbarie de la guerra no tiene límites. No hay ni el más mínimo respeto a los derechos humanos (a decir verdad, este ya escaseaba antes del estallido de la actual crisis). Y Occidente mirando para otro lado. Esta no es su guerra. Ya ha tenido suficiente con los fracasos de Iraq y Afganistán.

Pero además de la injusta e injustificable crisis humanitaria que vive el pueblo sirio, hay otro drama que está asolando con su pasado histórico. Me atrevo a hablar de la existencia de un verdadero genocidio cultural. Siria es conocida mundialmente como “crisol de civilizaciones” y como “paraíso de la arqueología”. De hecho, hasta marzo de 2011 casi dos centenares de equipos internacionales estaban trabajando en yacimientos arqueológicos de la zona. Pero en un conflicto armado con un nivel de atrocidad como el actual, el patrimonio cultural queda relegado a un segundo plano, a pesar de tratarse en muchos casos de monumentos únicos e insustituibles de nuestra historia universal. Es un deber de las autoridades sirias e internacionales luchar por su preservación para las futuras generaciones. Pero si bien poco hacen por salvar vidas humanas, ¿qué podemos esperar con respecto a la salvaguarda de antiguas ruinas? Nada. Sirvan de muestra algunos ejemplos. El minarete de la mezquita omeya de Alepo (siglo XI) ha sido demolido; las ciudades helenísticas de Apamea y Dura-Europos (siglo III a.C.) o la ciudad romana de Palmira (siglo III d.C.) han sido bombardeadas…

Más grave es aún, si cabe, la actuación de las mafias dedicadas al tráfico ilegal de antigüedades, afanadas hoy en el saqueo sistemático de los yacimientos arqueológicos de Siria con el único objeto de un enriquecimiento ilícito. De estos saqueos no se han librado ciudades tan importantes como Ebla y Mari, fundadas en el III milenio a.C.

La escasa información disponible apunta a que mosaicos, capiteles, tablillas cuneiformes y otros objetos están circulando ilegalmente por el mercado negro de obras de arte de Europa y Estados Unidos. En el caso, poco probable, de que todas estas piezas fueran recuperadas el daño que han sufrido los yacimientos de donde proceden es ya irreparable. Ante este panorama, se puede concluir que la arqueología de Mesopotamia vive hoy el peor momento de su historia, pues al desastre iraquí se une ahora el de Siria.


Hace unos días tuve noticia del bombardeo por parte de la artillería siria del puente colgante de Deir ez-Zor, una gran pasarela peatonal levantada hace 90 años por los franceses sobre el río Éufrates (y recientemente restaurada). Esta era una zona de recreo, muy frecuentada en verano por los jóvenes de la ciudad para bañarse, pasear, charlar y tomar un té con la familia en algunas de las cafeterías situadas a orillas del río. No se trata, por tanto, de un lugar con valor estratégico. La destrucción de este puente no tiene ningún sentido, salvo que se haya querido eliminar un símbolo de la época del protectorado francés (Francia está siendo muy crítica con el régimen de Damasco). 

Puente colgante de Deir ez-Zor, construido en 1924.
El derribo de este puente lo he sentido especialmente, pues es un lugar que encierra inolvidables recuerdos para aquellos que hemos formado parte del “Proyecto Arqueológico Medio Éufrates Sirio” (2005-2011). Tras cada campaña de arduo trabajo en yacimientos arqueológicos de la zona, siempre nos esperaba  un paseo en un viejo barco por las aguas milenarias del Éufrates junto al puente ahora caído. Era una experiencia inolvidable.





Ante este panorama tan desolador, sólo me queda soñar con que esta barbarie acabe lo antes posible para que Siria recupere la paz y la libertad que se merece como tierra hospitalaria que es.

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