lunes, 10 de junio de 2013

URUK. LA PRIMERA CIUDAD

       La ciudad de Uruk y el período arqueológico al que da nombre constituyen una de las etapas más fascinantes y brillantes de la Historia Antigua Universal. En este período, de mediados del IV milenio a. C., Mesopotamia conoció la formación del primer estado o “estado arcaico”, que modificó totalmente la economía y la sociedad de aquella época. Fue un período marcado por grandes innovaciones. Las que mejor definen esta nueva etapa histórica fueron, sin duda, dos. Por un lado, la aparición de las primeras ciudades y, por otro, la invención del primer sistema de escritura conocido.

Reconstrucción del Templo Blanco de Uruk.
Uruk es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Mesopotamia, conocido en la actualidad como Warka, y citado en la Biblia con el nombre de Erek. Las excavaciones alemanas en esta antigua ciudad mesopotámica se han prolongado desde 1912 hasta fechas recientes, aunque con algunas interrupciones debido a la inestable situación política del sur de Iraq. Según los últimos estudios realizados, la ciudad de Uruk fue una de las más grandes de Mesopotamia, pues se calcula que su planta circular debía tener un diámetro de aproximadamente 2.500 metros. De acuerdo con la topografía y una reciente prospección magnética, el interior de la ciudad disponía de una red de tres canales fluviales, que eran salvados por varios puentes.

El enorme tell o colina artificial de Uruk (de 600 hectáreas) es el resultado de una larga ocupación, que abarca desde el período de Ubaid (V milenio a. C.) hasta la época de los partos (siglo II a. C.). Sin embargo, la época de mayor importancia histórica de la ciudad es aquella representada por los períodos de Uruk Medio-Reciente y Dinástico Antiguo (3600-2300 a. C.).

Dos polos de poder

Según la tradición, Uruk nació a comienzos del IV milenio a. C. de la unificación de dos enclaves separados (Eanna y Kullab). Durante este período, Uruk se convirtió en la ciudad-estado, el poder colonial y el centro de culto y de administración más importante de toda Mesopotamia. Desde el punto de vista arquitectónico, el IV milenio a. C. es el mejor conocido en Uruk, gracias a una serie de espectaculares edificios excavados en las dos grandes áreas de culto de la ciudad. Se trata de los recintos de Eanna y de Kullab.

El Eanna o “Casa del cielo” era el principal barrio sagrado, que estaba consagrado a la diosa Inanna (más tarde conocida como Ishtar). En este sector, los arqueólogos alemanes han sacado a la luz un conjunto de edificios de valor excepcional, cuya naturaleza exacta es aún difícil de explicar dada la complejidad arqueológica del lugar. En esta zona, la excavación de los llamados niveles V y IV de Uruk ha puesto de manifiesto una arquitectura monumental, nunca vista hasta entonces.

Entre estos edificios, destaca en primer lugar el Templo de Caliza que fue levantado sobre una base de piedra caliza, de ahí su nombre. Contaba con una gran sala central de más de 11 metros de ancho y 60 metros de largo. Era una verdadera proeza arquitectónica. Se ha calculado que para cubrir este edificio fueron necesarios, como mínimo, un total de 6 kilómetros lineales de vigas de madera. Este dato, además de demostrar la pericia de los arquitectos de Uruk, es prueba inequívoca del potencial económico de la ciudad, que fue capaz de importar tal cantidad de madera para un solo edificio.    

Un grupo de tres edificios (llamados F, G y H por los arqueólogos alemanes) dispuestos alrededor de un espacio rectangular a cielo abierto constituye el primer ejemplo conocido de un conjunto monumental arquitectónico. Este conjunto fue reemplazado por otro más complejo, que destacaba por tener un patio con las paredes revestidas de mosaicos y una antesala con ocho pilares decorados de igual manera. Estos mosaicos estaban realizados mediante el uso de pequeños conos de cerámica (de unos 10 cm de largo) con la cabeza pintada de diferentes colores (blanco, rojo, negro, etc.), que dibujaban sencillos motivos geométricos.

La última fase del nivel IV del Eanna está formada por un nuevo conjunto monumental arquitectónico compuesto por varios edificios: los templos C y D, el palacio cuadrado, y el gran hall de mosaicos de conos, entre otros. Es evidente que el aspecto espectacular y grandioso de estas instalaciones, el juego compositivo entre las unidades arquitectónicas, las plantas complejas de los edificios, el hall de pilares, etc. condujeron a los arqueólogos alemanes a interpretar este conjunto como instalaciones consagradas a algún tipo de culto oficial. Sin embargo, estos edificios no tienen ningún elemento característico de un santuario. Altares, mesas de ofrendas o pedestales para las estatuas divinas no han aparecido en estas grandes construcciones del Eanna. Por esta razón, parece más coherente interpretar estos edificios como un complejo “palacial”, es decir, como la sede de una autoridad cuya naturaleza exacta desconocemos por el momento.

Unos 500 metros al oeste del Eanna se encontraba el otro gran sector religioso que dio origen a la ciudad, el llamado Zigurat de Anu. En realidad no se trata de un verdadero zigurat o templo escalonado, sino de terrazas con rampa de acceso, cuyos orígenes se remontaban al V milenio a. C. Rematando la alta terraza, de unos 13 metros de altura, se construyó un edificio de planta tripartita, que ha sido interpretado como un templo. En su etapa final se le conoce como el Templo Blanco por tener sus paredes revestidas con una final capa de cal. En el interior había una mesa para sacrificios y un altar, típicos ambos de los templos mesopotámicos. 

La primera escritura
Tablilla pictográfica.

      Es innegable que la invención de la escritura fue el mayor logro de la cultura de Uruk.  Existe, sin embargo, una antigua discusión entre egiptólogos y asiriólogos sobre la mayor o menor antigüedad de la escritura en el valle del Nilo o en el valle del Éufrates. Este es un debate tan viejo como estéril. Tradicionalmente se sitúa hacia 3300-3200 a. C. la aparición, de manera casi simultánea pero independiente, de la escritura jeroglífica en Egipto y de la pictográfica en Mesopotamia. Las excavaciones en el Eanna de Uruk han proporcionado las tablillas más antiguas, basadas en un sistema de escritura pictográfico. Se trata en su mayoría de textos contables, en los que se registran los productos, las cantidades, los movimientos (entradas y salidas) y los nombres de las personas que participaron en esa actividad económica. La identificación de la lengua transcrita por los pictogramas mesopotámicos, conocidos también como proto-cuneiforme, sigue siendo origen de debate entre los filólogos. A pesar de que los primeros textos proceden del antiguo territorio del país de Súmer, no hay ninguna seguridad de que se trate de la lengua sumeria, por lo que algunos investigadores prefieren hablar de otra lengua, a la que llaman proto-eufrática. Por el contrario, otros especialistas consideran que detrás de esta primera escritura está el sumerio. Esta opinión es la que aglutina el mayor consenso.

A finales del IV milenio a. C., en el llamado período de Uruk III, los signos pictográficos se alejan de los dibujos iniciales para adoptar una forma más esquemática. Algunos siglos más tarde, hacia 2600 a.C., las tablillas descubiertas en la ciudad sumeria de Shuruppak, no muy lejos de Uruk, muestran un tipo de signo que ya no ha sido trazado como un dibujo sino que ha sido impreso a base de pequeños trazos rectilíneos con aspecto de cuña. Este cambio en el sistema gráfico es debido al uso del cálamo, un nuevo instrumento de caña cortado en bisel en uno de sus extremos. Nacía así la denominada escritura cuneiforme, a la que los sumerios llamaron santak (‘triángulo’). Este sistema de escritura va a estar en uso durante casi tres milenios.

La tradición atribuye Enmerkar, rey semilegendario de la I dinastía de Uruk, la genial invención de trazar unos signos sobre arcilla para comunicarse con el señor de Aratta, en Irán, ante el temor de que el mensajero no fuera capaz de reproducir fielmente su mensaje. En la misma epopeya sumeria de Enmerkar puede leerse: “Puesto que la boca del mensajero estaba demasiado sobrecargada, este no podía repetirlo. El señor de Kullab (barrio de Uruk) alisó arcilla, plasmó palabras sobre ella como en una tablilla. Antes de aquel momento, no se habían plasmado palabras en arcilla.”.

Gilgamesh y las murallas de Uruk
Gilgamesh en un relieve asirio.


          La tradición legendaria atribuye al sumerio Gilgamesh, quinto rey de la Iª dinastía de Uruk según la Lista Real Sumeria (hacia 2650 a. C.), la construcción de las murallas de Uruk. Con un estilo grandilocuente, la tablilla I de la Epopeya de Gilgamesh relata de la siguiente manera la construcción de tan magna obra: “Mandó construir la muralla de Uruk, el Corral, y el santo Eanna, tesoro radiante. ¡Mira sus contrafuertes, que nadie imitará! ¡Toma la escalera que lleva allí desde siempre! ¡Acércate al Eanna, morada de Ishtar, que no hay rey futuro, ni nadie, que lo imite! ¡Sube a la muralla de Uruk; paséate por ella; examina los fundamentos, fíjate en la ladrillería! ¡A ver si esa ladrillería no es de ladrillo cocido; y si sus cimientos no los echaron los Siete Sabios!

Convencionalmente se afirma que la ciudad de Uruk es la más antigua del mundo (3400-3200 a. C.). Sin embargo, esta afirmación no tiene sentido en sí misma, ya que una ciudad no podría existir sola, sino formando parte de un sistema urbano más complejo. En cualquier caso, hablar de Uruk es adentrarnos en los orígenes mismos de la civilización y, por tanto, en los albores de la Historia, también conocidos como la “Primera Revolución Urbana”.

Para saber más:
Libro: Liverani, M. Uruk. La primera ciudad, Barcelona 2006.

Exposición: “Uruk, 5000 años de la megalópolis”, en Berlín
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/actualidad/8256/uruk_renace_berlin.html

Conferencia on line:
“De Jericó a Babilonia, o del poblado a la ciudad en el Oriente Próximo”, de Miquel Molist (UAB)
 

 

martes, 4 de junio de 2013

SEMÍRAMIS: MITO E HISTORIA DE UNA REINA MESOPOTÁMICA


          La reina Semíramis fue una atractiva e inusual reina mesopotámica a la que entre otros méritos se le atribuye la fundación de la ciudad de Babilonia. El misterio, el exotismo y la fuerza que rodeaban a este personaje femenino terminaron por dar origen a la leyenda de Semíramis, cuyo éxito se va a prolongar en Occidente hasta mediados del siglo XIX. Un buen ejemplo es el cuadro que el pintor parisino Edgar Degas le dedicó en 1861, antes de adentrarse en el impresionismo. Previamente, otros artistas como el neoclasicista alemán Anton R. Mengs, pintor de la corte de Carlos III, o el italiano El Guercino, en pleno Barroco, habían intentado imaginar a la misteriosa reina Semíramis.
Semiramis Building Babylon - Edgar Degas
Semíramis según Edgar Degas.
            Para adentrarse en la figura de Semíramis, el mejor punto de partida es la lectura de la obra de Diodoro de Sicilia, un historiador de época romana. En el libro II de su Biblioteca Histórica, que está dedicado a la historia de los asirios, nos ofrece la historia más completa y detallada de la reina, a la que calificó como “la más ilustre de las mujeres de las que nos habla la tradición”.

            De acuerdo con el relato de Diodoro (basado en otro autor más antiguo llamado Ktesias de Cnido, hoy perdido), esta es la historia de la vida de Semíramis desde su nacimiento hasta su muerte. Nació en Ascalón, una ciudad fundada en la costa sirio-palestina. Fue el fruto de los amores de la diosa Derketo y un hermoso joven al que luego asesinó. Tras dar a luz a una niña, la diosa la abandonó en un lugar desierto y rocoso, donde de forma sorprendente fue criada por un grupo de palomas. La niña fue rescatada por un grupo de pastores,  que sorprendidos por su excepcional belleza, se la entregaron a un tal Simas, quien le dio por nombre Semíramis. Según Diodoro se trata del nombre que los “sirios” daban a las palomas (concretamente es el término asirio summatum).

            Nino, el rey de los asirios se enamora de ella y contraerán matrimonio. Nino muere pronto y entrega el imperio a su esposa, que reinará durante 42 años. Tras enterrar a su marido, Semíramis se presenta como la gran reina de Asiria, que ansiosa por sobrepasar en gloria a su predecesor decide fundar la ciudad de Babilonia, donde realiza espectaculares obras.

            Tras la fundación de Babilonia, Semíramis se lanza a la conquista de Media y Persia; posteriormente se adentra en Egipto, somete a Libia y llega hasta Etiopía. Por último, inicia la gran campaña contra la India, pero herida por una flecha regresa a Ninive. Poco después de esta derrota, desaparece misteriosamente transformada en paloma.

            Las gestas de Semíramis, que forman el núcleo del relato (guerras, conquistas, fundación de ciudades, etc.),  nada tienen de sobrehumano. Además, estas hazañas tienen por escenario lugares reales, como Nínive o Babilonia. Lo fantástico y lo excepcional reside en dos hechos:

            1º.- en las cifras de su obra política: el impresionante número de soldados y de obreros utilizados en sus empresas, en la envergadura y originalidad de sus obras y sobre todo en la dimensión de sus monumentos. Todo supera lo creíble. Un ejemplo, para la construcción de Babilonia reunió a dos millones de hombres, que acabaron la obra en el plazo de un año.

            2º.- en el hecho de que Semíramis es una mujer en un mundo marcado absolutamente por lo masculino. Se trata de una mujer bella, seductora, sensual, cruel, inteligente, enérgica, infatigable y valiente, que supera a su esposo, el rey de Asiria.

Semíramis según el Guercino.
            Nos encontramos ante el retrato de una “supermujer” de rasgos y atributos marcadamente masculinos en la sociedad mesopotámica; una reina viril, que según nos cuenta Diodoro: ”no quiso contraer matrimonio legal, por temor a verse privada del poder supremo, sino que elegía de entre los soldados a los que sobresalían en apostura, se unía a ellos y hacía desaparecer a todos los que se habían acostado con ella”.

            A partir de la leyenda recogida por Diodoro, ¿qué datos verídicos podemos obtener sobre la época en la que habría vivido Semíramis? Más bien pocos. Tanto su marido como su hijo, los reyes Nino y Ninias, parecen personajes ficticios, pues no existe ningún rey de Asiria cuyo nombre se parezca ni remotamente. Está claro que ambos nombres derivan Ninive, la capital del imperio asirio. El contexto general sugiere que debemos situar a Semíramis en el periodo Neoasirio, entre los siglos VIII y VII a.C.¿Tuvo Asiria durante estos siglos una reina que pudiera servir de modelo a esta mujer legendaria?
           
            Cerca de la muralla de la ciudad de Asur, la vieja capital de los asirios, se descubrió una serie de estelas inscritas. En una de ellas, aparecía el nombre de Sammuramat, que recuerda con facilidad al de Semíramis. En la inscripción de esta estela se puede leer: “Sammuramat, dama de palacio de Samsi-Adad, rey del universo, rey de Asiria, madre de Adad-nirari, rey del universo, rey de Asiria, nuera de Salmanasar, rey de las cuatro regiones”.

            Gracias a esta inscripción, por fin se pudo situar a Semíramis de forma precisa en el tiempo. Era la esposa de Samsi-Adad V (823-811 a.C.) y la madre de Adad-nirari III (810-783 a.C.). Es decir, el reinado de Semíramis hay que situarlo entre finales del siglo IX y comienzos del siglo VIII a.C.

            Según otra estela, dedicada por el rey asirio Adad-nirari III al dios Adad, se puede deducir que durante los primeros cuatro años de su reinado, Sammuramat, su madre, había actuado como regente, es decir, entre los años 810 y 807 a.C. Y no no es un hecho meno, pues este es el único caso documentado de una reina de Asiria convertida durante un cierto tiempo en dueña absoluta de su reino.  

            Sin embargo, la ecuación Semíramis igual a Sammuramat, generalmente aceptada, no es del todo satisfactoria, ya que deja sin explicación elementos importantes de la leyenda, como por ejemplo la fundación de la ciudad de Babilonia. ¿Cómo debemos interpretar la estrecha vinculación que establecen los autores clásicos entre la ciudad de Babilonia y la reina? La clave parece estar en el libro III de Heródoto, quien al describir  la toma de Babilonia por el rey persa Darío nombra una puerta llamada Semíramis. Según el plano de la ciudad, la muralla de Babilonia disponía de ocho puertas, y de todas ellas la única que poseía un nombre femenino era  la célebre puerta de la diosa Ishtar.  Parece lógico pensar que la puerta de Semíramis referida por el griego Heródoto sería realmente la puerta de Ishtar.
Puerta de Ishtar de Babilonia (hoy en Berlín).
            Sin embargo, los estudios arqueológicos y epigráficos no dejan lugar a dudas: la fundación de la última ciudad de Babilonia fue obra del rey Nabucodonosor II (s. VI a.C.). Beroso, un sacerdote greco-babilónico del siglo III a.C., se expresó en este mismo sentido cuando afirma lo siguiente en su Historia de Caldea: "critico a los escritores griegos por creer erróneamente que Babilonia fue fundada por Semíramis de Asiria, y por haber cometido el error de escribir que esas obras maravillosas fueron construidas por ella”.
                       
No hay que olvidar que el protagonismo político de la reina en la historia de Mesopotamia fue escasísimo. El poder real debía ser ejercido por un hombre, pues la reina no era más que una mujer asociada, por matrimonio o maternidad, a los reyes. La única excepción en el Próximo Oriente antiguo, la encontramos en el reino indoeuropeo de los hititas, en Anatolia, donde la reina desempeñó un papel destacado en los asuntos de estado.

En conclusión, los relatos de los autores clásicos sobre Semíramis no son más que la amplificación de una visión mitificada del Oriente, aunque se fundamente en un personaje que realmente existió. Según la leyenda, Semíramis era de origen divino. Su madre era una diosa vinculada a Afrodita, que para los griegos simbolizaba a una diosa de origen oriental de fuerte atractivo sexual (al modo de Ishtar, la diosa mesopotámica del amor y la guerra). 

Para saber más:
Pinnock, F. Semiramide e le sue sorelle. Immagini di donne nell'antica Mesopotamia, Roma, 2006.